miércoles, 3 de octubre de 2007

Recuento de los Daños



Por: Pablo U. Guevara

Tres días nombrados en la prensa nacional fueron el resultado de nuestra dulce inocencia provinciana. No es cosa de apenarse. Los grandes espacios periodísticos nos abrumaron por sorpresa. Y sin razonar su interés sobre la noticia, descubrimos a México, con serena y sincera probidad, las impresiones de haber compartido con otros cuarenta estudiantes una corta, pero sustanciosa, estadía en la casa del más polémico ciudadano mexicano de las últimas décadas.

Nueve alumnos de ciencias políticas de esta Universidad y una compañera de derecho –la comitiva más grande después de la colmeca- vimos entrar por la puerta, con paso rápido y decidido, al estratega del siempre cuestionado TLCAN: el ex presidente Carlos Salinas de Gortari.

Después de la segunda noche en México, de la cuarta mesa, del convivio y la visita a las tribunas legislativas, la desazón por haber sido utilizados y reproducidos a niveles astrosos en los principales medios de la ciudad –por no mencionar las citaciones en los periódicos y la televisión nacionales- parecía desvanecerse en el recuerdo.

Pero la prostitución periodística no nos lo dejaba ir: ¿por qué no haber publicado las evasivas respuestas que el ex mandatario dio a la certera pregunta de Ricardo García? Aquella que osó esbozar en esa tan nombrada biblioteca, frente a cuarenta colegas -estudiantes de las universidades de mayor prestigio del país-, y siendo un mozalbete recién egresado del bachiller, probablemente el de menor edad entre todos los presentes.

Y los medios nacionales mostraron su poca seriedad, apareciendo mudos ante las ponencias magistrales de políticos como Otto Granados y Manuel Andrade Díaz, de académicos renombrados como el mismísimo Jorge Santibáñez, cracks como Jorge Volpi y Alejandro Etivill, y funcionarios públicos de la talla de Carlos Gracia; todo ello por no mencionar al constitucionalista Porfirio Muñoz Ledo y a una veintena de personalidades no menos ilustres.

Su poca seriedad, pero su gran habilidad para envolver a un quinteto de jóvenes itesianos –pues 5 fueron los principales citados esos tres días- de cuyo resultado incluso se nos llegó a relacionar con organizaciones de ultraderecha neofascista. Se nos tildó de ignorantes. Se nos corrompió intelectual y sentimentalmente.

Y sí, ese fue el quehacer de los medios, que apareciendo como revistas de chismes más que como reconocidos espacios periodísticos, preguntaban en sus entrevistas el color de las cortinas de la casa de Tlalpan –sí, a esa insensatez aludieron-, el color de traje del anfitrión, y el estado capilar de su prominente mollera. ¿Qué contestar a preguntas obscenas –fuera de lugar- como aquellas, pues respuestas obscenas también, y aparecer entonces, como rotundos legos.

Las experiencias del Coloquio al que fuimos invitados resultan invaluables. Para bien y para mal, para contento y para tristeza. Algunos más que otros, reconocieron desde dentro la realidad de las irrealidades mexicanas, vislumbraron el vituperio y el menosprecio de la palabra, entendieron la inefable degradación de la lengua, y el poco valor que se le da a las ideas. Y después de un baile poblano, y un brindis con tequila alteño, descubrimos desde un “El Arroyo”1 defeño, que lo que más cuenta hoy en día, es ser mosqueteros ante las injurias, y nunca esperar a que lleguen 20 años más para refrendar nuestra amistad.

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