Mt 7:3-5
Por: Paulina Cerdán*
El inhumano maltrato del que son víctimas “nuestros” –como a muchos les gusta llamarles– migrantes mexicanos al cruzar la frontera estadounidense es actualmente uno de los mayores pretextos de nuestras hermosa clase política y nuestra sociedad en general para apelar vehementemente al respeto a los derechos humanos, pues se ven –al intentar pasar al otro lado–, sumamente violentados.
Quizá nuestra lamentable historia y nuestra actual relación migratoria con Estados Unidos nos impidan voltear hacia el sur para encontrarnos –no sin un aire de incredulidad y sorpresa– con la viva imagen de lo que acontece en el norte de nuestro país: cambiando actores, no realidades.
Irónico e incongruente es leer en primera plana del periódico las incesantes exigencias que hace nuestro gobierno a su homólogo estadounidense con respecto a la creación de una reforma migratoria justa y conforme a las normas del derecho internacional, cuando sus prácticas en el sur distan mucho de apegarse a ello. Hace casi un año, la Secretaría de Gobernación comenzó una campaña (continuada por su actual dirigente) para endurecer la legislación migratoria y el trato a indocumentados en nuestro país, justo cuando las marchas de latinos en Estados Unidos exigen respeto y jurisdicción.
Pero esta realidad poco importa, poco eco tiene en la opinión pública mexicana. Pareciera que para los mexicanos hablar del problema migratorio se resume en condenar los atropellos que las autoridades estadounidenses hacen pasar a nuestros connacionales.
Según el PNUD, entre 45 mil y 75 mil migrantes ingresan cada año a nuestro territorio vía la frontera sur. Claro es que los indocumentados no entran al conteo.
Detenciones arbitrarias, deportaciones fuera del margen de la legalidad, abusos de diversos tipos –principalmente a mujeres y niños– y peligros del trayecto mismo (desde los coyotes hasta la selva en sí) son el pan de cada día en nuestra frontera sur. No olvidemos que muchos de los mencionados abusos corren por cuenta de particulares, pero finalmente la responsabilidad de brindar seguridad y dignidad a los migrantes centroamericanos es competencia de nuestras autoridades.
Así, ésta es una más de tantas situaciones que nuestro gobierno no es capaz de atender como es debido. Lo verdaderamente triste es que parece ser también una más de tantas situaciones que como sociedad estamos dispuestos a evadir, ¡y vaya que lo hemos logrado! ¡Sigamos evadiéndolo, pero no olvidemos día con día exigir a los gabachos el buen trato que NUESTROS mexicanos merecen!
Estudiante de Relaciones Internacionales ITESO 5to semestre
El inhumano maltrato del que son víctimas “nuestros” –como a muchos les gusta llamarles– migrantes mexicanos al cruzar la frontera estadounidense es actualmente uno de los mayores pretextos de nuestras hermosa clase política y nuestra sociedad en general para apelar vehementemente al respeto a los derechos humanos, pues se ven –al intentar pasar al otro lado–, sumamente violentados.
Quizá nuestra lamentable historia y nuestra actual relación migratoria con Estados Unidos nos impidan voltear hacia el sur para encontrarnos –no sin un aire de incredulidad y sorpresa– con la viva imagen de lo que acontece en el norte de nuestro país: cambiando actores, no realidades.
Irónico e incongruente es leer en primera plana del periódico las incesantes exigencias que hace nuestro gobierno a su homólogo estadounidense con respecto a la creación de una reforma migratoria justa y conforme a las normas del derecho internacional, cuando sus prácticas en el sur distan mucho de apegarse a ello. Hace casi un año, la Secretaría de Gobernación comenzó una campaña (continuada por su actual dirigente) para endurecer la legislación migratoria y el trato a indocumentados en nuestro país, justo cuando las marchas de latinos en Estados Unidos exigen respeto y jurisdicción.
Pero esta realidad poco importa, poco eco tiene en la opinión pública mexicana. Pareciera que para los mexicanos hablar del problema migratorio se resume en condenar los atropellos que las autoridades estadounidenses hacen pasar a nuestros connacionales.
Según el PNUD, entre 45 mil y 75 mil migrantes ingresan cada año a nuestro territorio vía la frontera sur. Claro es que los indocumentados no entran al conteo.
Detenciones arbitrarias, deportaciones fuera del margen de la legalidad, abusos de diversos tipos –principalmente a mujeres y niños– y peligros del trayecto mismo (desde los coyotes hasta la selva en sí) son el pan de cada día en nuestra frontera sur. No olvidemos que muchos de los mencionados abusos corren por cuenta de particulares, pero finalmente la responsabilidad de brindar seguridad y dignidad a los migrantes centroamericanos es competencia de nuestras autoridades.
Así, ésta es una más de tantas situaciones que nuestro gobierno no es capaz de atender como es debido. Lo verdaderamente triste es que parece ser también una más de tantas situaciones que como sociedad estamos dispuestos a evadir, ¡y vaya que lo hemos logrado! ¡Sigamos evadiéndolo, pero no olvidemos día con día exigir a los gabachos el buen trato que NUESTROS mexicanos merecen!
Estudiante de Relaciones Internacionales ITESO 5to semestre
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