Por: Paloma Robles
Al parecer el estancamiento político, económico y social ha permeado en la materia gris de muchos de nuestros legisladores, que hoy mejor que nunca -espero- comprenden lo necesario de un verdadero espacio democrático.
A escasos años de celebrar el Bicentenario de nuestra Independencia, la presidencia de la república se une a esa significativa labor, mas con la inútil cruzada de cambiarle el nombre a nuestro país. Dejar de ser Estados Unidos Mexicanos para convertirnos en…México o República Méxicana. Parecería que años y años no valen nada. Nuestro primer mandatario se olvida de que nuestro país ha sobrevenido de una larga lista de acontecimientos que requirieron de esfuerzos inmensos, con el objetivo de organizar poco a poco nuestra nación. Hablo de nuestra historia.
Primero nos sentimos libres de un régimen monárquico español, luego ingresamos en el idealismo político francés y después de eso, nos acercamos al “terrible” modelo americano. Es así que en los últimos años nos encontramos con la evidencia de ser o convertirnos en una democracia. Es lo de hoy, es lo de moda, es lo que nos toca, luego de años de un régimen que Vargas Llosa bien calificó como “dictadura perfecta”. La iniciativa calderonística prevé: “profundizar, en el sentido que connota llamar al país México como un producto de nuestra historia real y no desde una perspectiva vacua, al imitar el nombre de los Estados Unidos de Norteamérica.” Retoma un estudio lingüístico sobre el origen de la palabra México en el que se concluye que su significado es “lugar de los mexicanos”. Me pregunto, ¿Ésos son nuestros alcances de rebeldía contra Estados Unidos?
Además la ley pretende fortalecer la identidad, las costumbres y tradiciones, así como la historia de todos los mexicanos, con el fin de hacer justicia a quienes dieron la vida por una patria independiente y propia. ¿Un cambio de nombre es necesario para crear una nueva identidad? ¿O es que la propaganda televisiva de hace un año “Celebremos México” no fue suficiente, como para hacernos creer que somos un gran país, lleno de virtudes?
Estados Unidos Mexicanos, nos habla de una imitación al régimen estadounidense, tan reprochable hoy en día. Pero querer dejar de serlo, es olvidar que detrás de ese nombre existe la imagen de un federalismo mal entendido y sobre todo un manoseo del término que se demuestra al observar nuestra historia moderna, tan centralista como presidencial.
De allí la relevancia de una Reforma del Estado, en la que se insta a buscar una mejor imagen, pero sobre todo, un mejor entendimiento de nuestras necesidades como sistema. La Reforma busca mejores atribuciones a las localidades, entendiendo que el municipio es motor de toda política pública y que toda acción local hoy tiene connotación global.
Hace algunos meses Sartori se alarmó por la rapidez con la que se pretendía aprobar esto y considero que es necesario que sea tomado en cuenta. Pero ¿Quién determina el mejor momento, el más propicio?
Lamentaría muchísimo que estos efectos estructurales terminaran siendo pertenencia de quienes están dirigiendo que aprovechando del momento, sacaran provecho ¿Qué tanto es el reconocimiento que buscan estos políticos?
Volviendo a Calderón ¿Acaso esta batalla de pequeña intensidad por el “legítimo” nombre, es un simple hecho banal, que se sumará a una larga lista de regalos ilusorios, para nuestro país? Mismos que no habremos de tomar en cuenta hasta en dos años que celebremos “el grito”, con una torre monumentalmente inútil, un nombre común, y el olvido colectivo de nuestras estructuras renovadas (las reformas), que quizá tarden pocos años en devenir apócrifas y quizá anacrónicas.
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