Por: Paola Reyes
El mes de septiembre es clave para aquellos que seguimos el acontecer mediático de nuestro mundo. El once de septiembre para muchas personas de nuestra generación quedó marcado por aquel día que dos torres gemelas en Nueva York se vinieron abajo, en un acto que se distinguió “no por la cantidad de muertos, si no por la determinación de sus autores” (André Glucksmann, Dostoievski en Manhathan). Este suceso quedó por encima de todos los onces de septiembre que han Marcado de manera violenta nuestra historia mundial (Chile e Israel y muchos otros que nos son desconocidos). Ante estos panoramas de extrema violencia, donde nuestros medios de comunicación, sobre exponen cualquier detalle sobre la destrucción y marginación, alrededor del globo, se hace difícil hablar de construcción de paz y de nuevas alternativas ante este desastroso panorama. Como habitante de esta linda ciudad me parece importantísimo entender que vivir en medio de la violencia no es sólo vivir sin ausencia de guerra o de actos terroristas como los de este conocido once de septiembre. ¿Nos hacen falta más días veintidós de abril, más veintiochos de mayo para darnos cuenta de que no somos tan pacíficos como creemos? Existen ciertos tipos de actitudes ya arraigadas en nuestra sociedad que no nos permiten ver que muchas veces nos cegamos nosotros mismos y creamos una serie de malentendidos que debilitan cada día más nuestro frágil tejido social, Creando ciertas actitudes que generan dosis de violencia estructural que a la larga propician respuestas no pacificas ante situaciones confusas. Una de ellas, que me parece de primordial importancia, es dejar de malinterpretar lo que la educación es en realidad. Confundimos la educación con la obtención de un diploma y basamos la potencialidad de nuestras competencias atacando las debilidades del otro, siendo así “más abusados”. Nuestra concepción de salud se confunde con la de “un tratamiento médico”. Hoy en día nuestra ciudad al igual que muchas en México confunde la seguridad con la militarización de los territorios, justificando la búsqueda de la seguridad sin que importe la limitación de la libertad y el incumplimiento de los derechos humanos. Nuestras Instituciones se alejan de ser siquiera en mínimas proporciones, redes de confianza. Nuestra vida espiritual, parece alimentarnos todo, menos el espíritu. El sentir de nuestra corporalidad pareciera que no vive en tiempos modernos. Nuestras relaciones humanas se ven distorsionadas por la falta de comunicación; una comunicación sincera que sea reflejo de nosotros mismos, que no tenga miedo a demostrar las debilidades y que tenga coraje para siempre intentarlo de nuevo. Qué decir de nuestros medios de comunicación que parece que sólo tienen espacio para lo “real”, lo violento, lo destructivo, espacios donde cuesta trabajo mostrar aquello que no es sangre, pleito, chisme y superficialidad. Me parece muy importante lo que menciona Martínez Guzmán en su libro “Podemos hacer las paces”, donde señala uno de los mayores malentendidos que seguimos creyendo muchas veces. Él llama a hacer una critica a aquellos que rigen hoy en día nuestro mundo y se autonombran realistas, señalando a todos aquellos que buscan la paz como idealistas. Se dicen ¿realistas? Mas bien son “Idealistas- Ideológicos” su idealismo no se basa en su ingenuo si no en su desastroso cinismo. Estos llamados realistas encubren con una sarta de argumentos la posibilidad de alternativas generando mayor sufrimiento y peor aun, diciendo que ellos mismos nos aliviarán, siendo que son causantes de todos los males.
No llenemos nuestros oídos de más malentendidos. No usemos nuestras manos para seguir construyendo este “realismo”. Que no pase otro once de septiembre pensando que el mundo queda tan lejos. Generemos cambios dentro de nuestra sociedad, comencemos simplemente volviendo los ojos hacia nosotros mismos.
1 comentario:
Y el realismo mágico donde queda?
Publicar un comentario